Valor: Silencio como Respuesta

Guiado por la certeza de su propio camino, el Guerrero encuentra un monolito que solo reconoce a los más puros. Este lo acepta de inmediato… pero pronto, un silencio recorre su mente y su corazón.

Reyin

8/9/20252 min read

El guerrero estaba de vuelta, más lleno y más completo que nunca. Venía de tierras lejanas con el polvo del camino aún pegado a la piel, había subido montañas, bebido en tabernas ruidosas, bailado con la luna en ciudades que nunca dormían, su mochila ya no pesaba y su pecho rebosaba.

Tras semanas de viaje, llegó a un valle tranquilo, el aire era más liviano, cargado de una energía antigua que parecía respirar con él, en el centro se alzaba un monolito, su superficie era de un blanco profundo, sin grietas, como si nada en el mundo pudiera desgastarlo.

Los ancianos del camino decían que aquel monolito se comunicaba con los viajeros a través de una vibración sutil que solo los guerreros de corazón puro podían percibir, respondía solo al espíritu que se mantenía ardiendo en el fragor de la batalla.

El guerrero sabía con una certeza humilde que su camino lo había purificado y fortalecido, había sangrado en el campo, sentido el filo del frío, soportado el peso del cansancio… y aun así, seguía de pie, se sintió digno.

Avanzó hacia el monolito con paso firme, dispuesto a recibir el mensaje que le aguardaba, cuando su mano rozó la piedra… un calor subió por su brazo, reconfortó su pecho y llenó su mente de luz, era como si el monolito lo reconociera, durante unos segundos sintió que ambos respiraban al mismo ritmo.

Esa noche durmió bajo las estrellas, convencido de que había iniciado un diálogo sagrado, se sintió en paz.

Al día siguiente, regresó con el mismo ímpetu, esperaba que la energía del monolito lo envolviera de nuevo, pero al posar su mano, no ocurrió nada, la superficie estaba fría, silenciosa, como si nunca hubiera respondido antes.

El guerrero aguardó... nada.

Una duda le atravesó el pecho, viejas heridas comenzaron a sangrar en su memoria: derrotas pasadas, días de inacción, momentos en que había sentido que su entrenamiento no era suficiente.

Por un instante, se sintió pequeño, indigno, un viajero extraviado que había confundido una ilusión con un llamado verdadero.

Pero entonces recordó sus hazañas: las ciudades conquistadas con valor, los desiertos donde el sol parecía fundir el acero, las batallas ganadas, aun cuando todos lo creían derrotado. Su pecho volvió a expandirse.

Miró al monolito, que permanecía en silencio.

"El valor no se mide solo cuando recibes respuesta, también se mide cuando avanzas a través del vacío."

Con un leve gesto de respeto, se retiró, sabiendo que cuando el momento fuera el correcto, el monolito volvería a hablar, y que hasta entonces, él seguiría entrenando su espíritu para estar listo.

El monolito seguiría ahí.

Y él también.