Duelo: Capitulo VII - La meseta en la tormenta
El guerrero continuaba enfrentándose a los retos que la vida le ponía en frente, y aunque poco a poco los superaba, no dejaba de sentirse incapaz de sobrevivir en el mundo… un sentimiento de impotencia fue anidando en su corazón.
Reyin
10/4/20255 min read


Circulaba entre los viajeros una leyenda: existía una montaña tan alta que en su cima no llegaba ningún sonido del mundo. Allí, se decía, se encontraba una calma inalcanzable en cualquier otro lugar, pero el ascenso era tan duro que no existía un solo relato fiable de alguien que hubiera subido y regresado. Se rumoreaba, incluso, que aquellos que lo lograban no volvían porque alcanzaban la iluminación y trascendían de este mundo.
El guerrero escuchó la leyenda, y más allá de la calma y la sabiduría que se prometía en la cima, el guerrero se sintió impulsado por la necesidad de superar el reto más difícil para destacar entre los demás, para impresionar a todos por primera vez en su vida. Era un intento desesperado por grabar su nombre en la memoria de alguien, por demostrar que su existencia no era del todo insignificante.
Llegando a la montaña el cielo se enturbió con la amenaza de una fuerte tormenta, el guerrero lo sabía, pero aun así decidió subir. Pensaba que el mundo pertenece a los temerarios, a los que no retroceden ante el miedo; las grandes conquistas se forjan en los desafíos más duros.
Desesperado por encontrar un propósito en su vida, además de la gloria, sabía que en lo alto encontraría claridad, una respuesta que aliviara el peso de su pecho, quería escapar de la ineptitud que lo atormentaba, del vacío que se abría en cada paso que daba.
El guerrero comenzó a subir, y mientras más ascendía, más duro se volvía el camino, el viento helado le congelaba el rostro, cada roca bajo sus pies parecía más empinada que la anterior, pero más allá del desgaste físico, era su mente la que acababa quebrándose.
Una tormenta interna lo acosaba. Conquistar aquella montaña era un intento desesperado por superarse, por demostrarse que no era un inepto. Odiaba su propia inutilidad, la incertidumbre de no saber cómo continuar. Y aunque se aferraba al optimismo y sabía que la perfección se alcanza con tiempo y esfuerzo, la desesperación se apoderaba de él, por más que se esforzaba no percibía progreso alguno, al contrario, cada nuevo intento, cada desafío, no hacía más que revelarle con crudeza su propia torpeza y la poca preparación que tenía.
Siempre habia creído que si un hombre desea algo con fervor, el universo entero conspira para que lo consiga. Él era un hombre de fe, devoto a sus principios, confiaba en que el proceso traería frutos y seguía avanzando a ciegas, siguiendo a su corazón y confiando en el destino. Pero esta vez era diferente: nunca se habia esforzado tanto, durante tanto tiempo y con tanta constancia por algo. Nunca habia volcado su alma con tanta fuerza… y , a pesar de ello, a pesar de anhelarlo con cada fibra de su ser y dejarse la piel en camino, todo permanecía igual.
En sus viajes, a veces compartía su historia con otros caminantes. Ellos lo llamaban fuerte por haber llegado hasta allí, por haber sobrevivido. "¿Pero qué mérito hay en eso?", pensaba. "Solo sigo la inercia de la naturaleza. No vivo plenamente y no siento orgullo por lo que tengo. ¿Dónde está la fortaleza? ¿Acaso en haber huido del templo? ¿En aventurarme al mundo sin experiencia?... -Eso es estupidez - se dijo" Quizás debió quedarse en el templo. No era feliz allí, pero al menos lo conocía. Al menos allí podía lidiar con su vacío.
El guerrero continuó subiendo, y la amenaza del cielo se cumplió, cayó sobre él el diluvio más feroz que jamás hubiera presenciado.
El viento azotaba con violencia, lo derribaba una y otra vez y le costaba el mundo volver a ponerse en pie, el agua se volvió torrente, le llegaba a las rodillas y comenzó a arrastrarlo con una fuerza imparable, el guerrero luchaba, la corriente llevaba árboles, rocas y animales desorientados luchando por su vida.
Una repentina corriente lo arrojó con violencia fuera del sendero y cayó, rodando y azotándose estrepitosamente contra una meseta más abajo.
Aturdido y dolorido, no lograba incorporarse, luchando por su vida se arrastró hasta un hueco en una roca buscando refugio, allí el agua entraba sin fuerza, el viento no lo azotaba con tanta fuerza, creyó estar a salvo.
Todo su cuerpo adolorido, temblaba de frio y miedo por haber mirado a la muerte a los ojos, intentó calmarse, uso técnicas de respiración para soportar, poco a poco su ritmo cardiaco se estabilizó y, en silencio, observó cómo el diluvio se llevaba todo a su paso, barriendo sus fantasías de gloria y la promesa de paz.
Allí, en la furia de la tormenta, recordó las advertencias que ignoró, la valentía temeraria con la que partió decidido a superar este reto imposible, se habia imaginado una situación así, creyó que daría la talla, pero la realidad no se parecía en nada a su fantasía, no era más que una hormiga luchando contra la devastadora fuerza de la naturaleza.
Recordó cuando salio del templo, soñando con conquistar regiones, recorrer valles y ganar batallas, volviéndose famoso por sus hazañas, sin embargo, la realidad fue golpeándolo poco a poco.
La memoria le trajo sus primeras noches a la intemperie, la lucha por sobrevivir aquellos primeros dias, la incomodidad de dormir en el suelo, el hambre, las fieras que lo asechaban, y la dificultad de tratar y comerciar con los otros hombres -Esos eran las verdaderas bestias- pensó. Él no estaba preparado para ese mundo, y ahora dudaba si algún día lograría formar parte de él, no sabía si le alcanzaría la vida para compensar el tiempo que perdió entre los muros del templo.
Él era demasiado débil, sin la protección de su templo, cada día era una batalla por la supervivencia, se desesperó de pensar en el tiempo que había malgastado ahí. Un odio profundo, un resentimiento y un desprecio por su pasado lo invadieron. Había vivido en una ilusión, engañado por sus propias decisiones.
Los ecos de los pasillos, la calidez de las lámparas, las luces, la calma del fresno en el patio, las campanas, la comodidad de su cama y la facilidad con la que vivía el día a día… todo lo que alguna vez lo habia confortado, en realidad había adormecido su espíritu y su instinto. Años desperdiciados en la calma, años que no volverían, no era un guerrero curtido como él creía, era un hombre atrofiado, sin fuerzas ni propósito.
Maldijo en silencio, y se sintió aplastado por la culpa.
Cayó de rodillas en el agua y el lodo, el viento helado le cortaba la piel, su espada se hundió en el agua como ancla, un relámpago cegador ahogo un fuerte grito de rabia y el viento se llevó sus sollozos.
El guerrero lloró, con la furia de años contenidos, con un dolor tan profundo que sentía el pecho abierto en dos, mostrando la fragilidad de su ser. Golpeo su frente contra el lodo, una y otra vez, hasta que la vasija de su alma se quebró del todo.
Allí, en la fría soledad de esa montaña, el guerrero quedo desnudo ante sí mismo, vulnerable, humillado, solo y completamente roto.


Reflexión
"Forjado en la caída, guiado por la luz.
En cada sombra, una grieta.
En cada grieta, una historia.
En cada historia, una chispa que aviva el fuego.”
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Reyin, el Guerrero que escribe desde sus grietas.