Duelo: Capítulo I - El verdadero templo
A veces, rendirse cuesta más que seguir luchando. Cuando las raíces se convierten en cadenas y el propósito en una cárcel, el guerrero debe enfrentar su batalla más difícil: dejar atrás las ruinas que una vez fueron su hogar, y por primera vez, elegirse a sí mismo.
Reyin
9/10/20252 min read


El guerrero estaba plantado en la entrada de lo que había sido su hogar, su refugio y su razón de ser… pero ahora se sentía como una celda.
Esas manos que tantas batallas habían ganado, que lo llenaban de orgullo, ahora le temblaban por el miedo a ese vacío que lo estaba ahogando.
Quería, con todas sus fuerzas, seguir sosteniendo este templo que parecía haberse rendido solo, pero se esforzó tanto por lograrlo que en algún momento, dejó de reconocerse a sí mismo.
El lugar ahora no era más que un fantasma de piedra, los muros sangraban tierra, las enredaderas trepaban buscando escapar, el techo respiraba polvo, se sentía una sequedad en el aire, como si el lugar mismo lo culpara por haber insistido por tanto tiempo.
Durante mucho tiempo él fue su único guardián, pero el desgaste le pasó factura, era peor que cualquier combate que hubiera librado: estaba dando la vida por unas ruinas que ni siquiera podían sostenerse a sí mismas.
El primer paso le costó el alma. La tierra bajo sus pies parecía querer retenerlo, como si sus botas hubieran echado raíces entre las piedras. Pero él sabía que si se quedaba, caería con el castillo… se convertiría en otro montón de polvo
Las noches que vinieron fueron crueles, la nostalgia le jugaba sucio: soñaba con el fuego que antes lo reconfortaba, sentía el olor de aquel cedro que llenaba cada rincón… incluso creyó escuchar aquel eco familiar, ese que solo existía aquí. Pero no era más que el viento silbando… o quizá su propia mente, negándose a soltar.
Poco a poco, comenzó a aprender de lo que lo rodeaba, miraba el agua del río: fluía sin aferrarse a nada, observaba el fuego: sin piedad, transformaba la madera en calor y ceniza, sentía el viento: pasaba, se llevaba las hojas y no volvía… pero siempre traía algo nuevo.
Con el tiempo, la espada pesó menos, el dolor de espalda cedió, y sin darse cuenta, dejó de mirar atrás.
No olvidó. ¿Cómo iba a hacerlo? Pero entendió que su lucha ya no era reconstruir el templo, sino no reconstruirse a sí mismo.
Y así, con el alma marcada y el corazón cansado, cruzó el umbral y siguió caminando.
Reflexión
"Forjado en la caída, guiado por la luz.
En cada sombra, una grieta.
En cada grieta, una historia.
En cada historia, una chispa que aviva el fuego.”
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Reyin, el Guerrero que escribe desde sus grietas.