Duelo: Capitulo IV - El filo del renacer

El alma del guerrero es como el acero, pero incluso este puede mellarse con cada batalla. el guerrero se toma un tiempo para reparar su espada, y con ella, a sí mismo.

Reyin

9/12/20252 min read

El guerrero avanzaba con pasos firmes, pero su mano nunca soltaba la empuñadura de su espada, era su compañera más fiel, la única constante en un mundo de cambios.

Había sobrevivido a batallas, había probado la sangre de sus enemigos y había sido la extensión de su voluntad, sin embargo, con cada combate, su filo se había desgastado, su hoja estaba mellada y el peso que alguna vez le brindó seguridad ahora le recordaba que incluso el acero puede volverse frágil.

En su camino, encontró un tronco caído que obstruía su paso y, con un movimiento decidido, intentó cortarlo, la hoja impactó con un sonido seco, sin lograr atravesarlo. Por primera vez, el acero le falló, la espada no respondió a su voluntad…

Un escalofrío recorrió su espalda. ¿Había perdido su fuerza?

Continuó golpeando una y otra vez, hasta quedarse sin aliento, pero la espada ya no tenía filo, no era la misma de antes, y entonces lo entendió: Había descuidado su espada, tanto como se había descuidado a si mismo.

El guerrero respiró hondo y dejó su espada en el suelo, se sentó frente a ella y la observó, era un símbolo de todo lo que había sido, pero no de lo que debía ser, si quería seguir adelante, necesitaba forjar una nueva.

Esa noche, encendió una fragua improvisada, con cada martillazo sobre el hierro al rojo vivo, recordó sus propias cicatrices, el metal ardía, se volvía maleable, y con cada golpe, las impurezas saltaban en chispas incandescentes.

Así como el fuego purificaba el acero, los golpes de la vida habían purificado su alma, no era el mismo hombre que había comenzado su viaje; cada prueba lo había moldeado, cada pérdida había forjado su temple.

Cuando el amanecer llegó, la nueva espada descansaba en sus manos, era distinta, más fuerte, más afilada, ya no era un reflejo de su pasado, sino el fruto de lo que había resistido.

Se levantó y la sostuvo con firmeza, no olvidaría su antigua espada, pero ya no la necesitaba.

Con un último vistazo al acero reluciente, el guerrero sonrió, ya no caminaba con el peso del ayer, sino con un nuevo filo forjado en el fuego y templado por su voluntad.