Duelo: Capitulo V - Espejismo

La confianza del Guerrero crecía con cada paso, pero sin cimientos firmes. Bastó una pequeña criatura para recordarle que la confianza sin fundamentos es solo un espejismo destinado a esfumarse.

DUELO

Reyin

9/12/20252 min read

El guerrero continuaba su viaje con la nueva espada colgada al costado. Sus ropas, limpias y renovadas, ondeaban al ritmo del viento, y su andar tenía la cadencia de quien ha dejado atrás un peso y ahora camina ligero hacia el horizonte.

Su confianza crecía día a día, como una llama que, alimentada por aire fresco, se elevaba cada vez más alta.

En su mente se dibujaban pueblos distantes, plazas donde quizá encontraría guerreros que lo desafiaran, hombres de acero contra quienes templar su filo y su voluntad.

Anhelaba revivir los antiguos días de entrenamiento en el templo, aquellos que habían quedado tan atrás bajo la quietud de la paz, pero estaba convencido de su habilidad y deseaba probarse, medir el brillo de su acero contra el reflejo en otras miradas.

Pero el destino rara vez concede lo que se desea…

Un crujido en la maleza interrumpió sus pensamientos. Ni bien llevó la mano a la empuñadura, una pequeña bestia emergió de entre las sombras. Con un salto, la criatura se estrelló contra su pecho y lo tiró al suelo como si no pesara nada.

El golpe le arrancó el aliento, el polvo entró en su boca mientras rodaba, sintió las garras rasguñando su brazo y unos colmillos aferrados a la correa de su bolsa de provisiones. En un parpadeo, la bestia arrancó el alimento y retrocedió, mostrando los dientes y una mirada animal que no conocía el miedo.

Herido en el orgullo, el guerrero se puso en pie de inmediato. Esta vez no lo tomaría desprevenido: Desenvainó su espada, dispuesto a demostrar que nada podía desafiarlo sin pagar por ello.

Pero al mirar de frente a la criatura, entendió lo equivocado que estaba.

La bestia no era grande ni fuerte, pero era ágil, ligera como el viento y precisa como un rayo. El guerrero en cambio, sentía que sus brazos y sus piernas no respondían como el quería, cada tajo que intentaba se encontraba con el aire; cada embestida terminaba en un tropiezo.

El animal danzaba a su alrededor con destreza, esquivando con tal instinto que parecía anticipar sus movimientos.

El guerrero jadeaba, cubierto de sudor, incapaz de seguirle el ritmo. Sus músculos, tensos, no bastaban, y su flamante espada parecía torpe frente a la ferocidad de esa simple criatura.

Cuando el animal se cansó del juego, se esfumó entre la maleza con la bolsa todavía en el hocico. El guerrero se quedó solo en el camino, exhausto y humillado.

Se arrodilló, apoyando la espada en el suelo. Una herida leve le ardía en el brazo, pero lo que más le dolía era su incapacidad para defenderse.

Soñaba con medirse contra guerreros de renombre, con batallas que valieran la pena contar. Pero había sido derrotado por un animal pequeño, sin nombre ni historia. Y aun sabiendo que no había perdido la vida, algo se le quebró por dentro: la certeza de que su confianza no era más que un espejismo.

El silbido del viento se apodero del ambiente. El guerrero cerró los ojos y apretó los dientes.

El viaje apenas comenzaba, y ya había probado el amargo sabor de la humillación.